En la mitad de Selfridges, una inmensa y legendaria tienda de departamento en Londres, está el Museum of Everything, un museo que lo exhibe todo, no exhibe nada y le deja una enseñanza: el arte es de todos, para todos y por todos. Acuérdese del elitismo. Acuérdase que el campo del arte, más que cualquier otro, es una rosquera caja de cristal a la que pocos pueden entrar. Acuérdese que, en el arte, el talento no necesariamente paga. En ese campo, paga más conocer gente, hacer lobby, tener plata. La competencia en el arte es agotadora, y feroz. Y por eso el talento de muchos artistas se queda guardado en los sótanos donde nacieron. Ahora acuérdese de una tienda de departamento. Sí, esas de la Quinta Avenida de Nueva York. Acuérdase que los muros son altos, la luz clara y fuerte. Acuérdese que el primer piso, siempre, es para perfumes y maquillaje y accesorios para mujeres. Normalmente el suelo es blanco. Hay espejos hasta en el techo. En la mitad del espacio están la escalera eléctrica. Mujeres de piernas largas, perfectamente maquilladas y en tacones lo esperan en cada uno de los cubículos; le venden pestañinas de cien dólares. ¿Qué relación puede haber entre el antipático mundo del arte y el superficial primer piso de un almacén de departamento? Pregúntele a James Brett, el aficionado al arte que se inventó el Museum of Everything, un museo de colores que está incrustado, como un mosco en leche, en la mitad de una de las tiendas de departamento más importantes de Oxford Street, Selfridges. Acuérdese del sur de Estados Unidos. Piense en la Jambalaya, en Correy Harris, en Nueva Orleans. ¿Ya? Bueno. “El Museum of Everything empezó cuando estaba viajando por los estados sureños de América; el arte folclórico que descubrí era chévere, sin ser muy complejo. Di con arte más psicodélico, hecho por artistas en el margen de la sociedad. Es raro: yo sabía que en Inglaterra nadie estaba dispuesto a mostrar este tipo de arte, pero sabía que sí había gente dispuesta a verlo”. Eso dice Brett. Y continúa: “En ese tiempo yo no miraba mucho arte: me gustaban los graffitis, las caricaturas y las películas. Me gustaba el arte de los de abajo, no el de los de arriba. Y las subculturas, [CULTURA] EL MUSEO DE CUALQUIER COSA Oct 2011 Oct 2011 En la mitad de Selfridges, una inmensa y legendaria tienda de departamento en Londres, está el Museum of Everything, un museo que lo exhibe todo, no exhibe nada y le deja una enseñanza: el arte es de todos, para todos y por todos. Acuérdese del elitismo. Acuérdase que el campo del arte, más que cualquier otro, es una rosquera caja de cristal a la que pocos pueden entrar. Acuérdese que, en el arte, el talento no necesariamente paga. En ese campo, paga más conocer gente, hacer lobby, tener plata. La competencia en el arte es agotadora, y feroz. Y por eso el talento de muchos artistas se queda guardado en los sótanos donde nacieron. Ahora acuérdese de una tienda de departamento. Sí, esas de la Quinta Avenida de Nueva York. Acuérdase que los muros son altos, la luz clara y fuerte. Acuérdese que el primer piso, siempre, es para perfumes y maquillaje y accesorios para mujeres. Normalmente el suelo es blanco. Hay espejos hasta en el techo. En la mitad del espacio están la escalera eléctrica. Mujeres de piernas largas, perfectamente maquilladas y en tacones lo esperan en cada uno de los cubículos; le venden pestañinas de cien dólares. ¿Qué relación puede haber entre el antipático mundo del arte y el superficial primer piso de un almacén de departamento? Pregúntele a James Brett, el aficionado al arte que se inventó el Museum of Everything, un museo de colores que está incrustado, como un mosco en leche, en la mitad de una de las tiendas de departamento más importantes de Oxford Street, Selfridges. Acuérdese del sur de Estados Unidos. Piense en la Jambalaya, en Correy Harris, en Nueva Orleans. ¿Ya? Bueno. “El Museum of Everything empezó cuando estaba viajando por los estados sureños de América; el arte folclórico que descubrí era chévere, sin ser muy complejo. Di con arte más psicodélico, hecho por artistas en el margen de la sociedad. Es raro: yo sabía que en Inglaterra nadie estaba dispuesto a mostrar este tipo de arte, pero sabía que sí había gente dispuesta a verlo”. Eso dice Brett. Y continúa: “En ese tiempo yo no miraba mucho arte: me gustaban los graffitis, las caricaturas y las películas. Me gustaba el arte de los de abajo, no el de los de arriba. Y las subculturas, [CULTURA] EL MUSEO DE CUALQUIER COSA Oct 2011